mercredi 21 janvier 2009

Moluskín molesto por sinceridad de amigo

El escritor y crítico Jorge Carrión, no por ser amigo festivalero de Iván Thays se casa con la mentira, lo que tiene más que indignado al escriba peruano (ver su blog). A propósito de la inefable "Orejas de perro", en el ABCD Las Letras, Carrión escribe:

Soy lector asiduo de Moleskine Literario, el blog de Iván Thays (Lima, 1968); el pasado mes de agosto, en Lima, busqué con énfasis pero sin éxito su libro más conocido, Las fotografías de Francis Farmer; cuando supe que su última novela había quedado finalista del Premio Herralde, empecé a leerla con gran expectación. Lo digo de antemano: pese a ello, la novela me ha decepcionado.

Un lugar llamado Oreja de Perro habla de una localidad peruana que la Comisión de la Verdad identifica como lugar de fosas clandestinas de la violencia de los 80. El narrador, un ineficaz periodista limeño traumatizado como padre y como amante, viaja hasta allí atraído por «el tema del Mal». A través de él, se critican los discursos acríticos sobre la memoria histórica y al presidente Toledo dando limosna en Oreja de Perro con el pretexto del duelo nacional; pero también se habla de cómo los fragmentos que nos apropiamos de la iconosfera reemplazan la memoria en vez de sostenerla, de cómo el protagonista -a causa de su dolor personal- ansía «un mundo que no tenga que ver con el pasado ni con el presente», y se afirma: «El antónimo ideal de la memoria debe ser la imaginación, fantasear, hacer ficción».

En los «Agradecimientos» finales se lee: «A Liz Rojas Valdez, cuyo valiente y conmovedor testimonio, que he tomado como base para la historia de uno de mis personajes, fue el impulso definitivo que me ayudó a asumir la escritura de esta novela». La contradicción no es superada por el proyecto literario. La opción por ficcionalizar en vez de por relatar no queda justificada. Las aventuras eróticas del narrador y su tormento personal, el pintoresquismo del personaje de Jazmín (una mujer capaz de «oír el futuro»), un estilo basado en el párrafo breve (a veces de forma gratuita) o el adelgazamiento de los sucesos violentos resultan elementos formal, ética o temáticamente discordantes en un conjunto demasiado imperfecto. Tal vez se trate de un error de base: una crónica hubiera sido más adecuada (más justa) que una novela. O tal vez -a juzgar por información revelada en entrevistas- el problema haya sido la precipitación («Guillermo Schavelzon, mi agente, me presionaba para entregarle algo, lo que sea»). Sólo puedo suponer, porque las respuestas están solamente en el cerebro del escritor, cuyo talento es superior -sin duda- a su primera novela publicada en España.


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